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Casandra y la Profecía de la Seguridad Integral

Cuenta la leyenda que  Casandra, hija de Hécuba y Príamo, reyes de Troya recibió de Apolo el don de la profecía, pero fue privada de la capacidad de la persuasión. Por ello, fueron infructuosos los avisos a sus conciudadanos de la  tragedia que se cernía sobre su ciudad. Desde entonces el «síndrome de Casandra» es una metáfora usada para describir a quien cree que puede ver el futuro, pero no puede hacer nada por evitarlo. No creo que padezcamos de síndrome de Casandra aquellos que vaticinan el advenimiento de la seguridad integral (holística: el todo es más que la suma de las partes, e incluye algo más que lógica y física), no por el hecho de que sea inevitable, sino porque simplemente forma parte del futuro de la sociedad del bienestar (salvo hecatombe en contrario). 

Este paulatino enfoque de afrontar la seguridad en forma integral se debe a dos hechos fundamentales. El primero, la imparable tecnología que nos invade, conforma nuestro mundo, y permea en la congénita creciente necesidad de las sociedades de sentirse seguras. El segundo, la pérdida de derechos de los ciudadanos en beneficio de la protección del estado como parte del tácito contrato social fundamentado en  el altruismo y la cooperación que evolutivamente nos ha traído hasta aquí.

Desde esta óptica, algunos prevemos la seguridad desde una perspectiva amplia como seguridad societal (concepto en inicialmente desarrollado por Barry Buzan y la Copenhagen School of Security Studies basado en su texto revisado en 1991: People, States and Fear: An Agenda for International Security Studies in the Post Cold War). La seguridad societal entiende la línea base de la seguridad cómo la supervivencia y trata de proteger, manteniendo unos principios básicos, a los ciudadanos de otros ciudadanos; y no solo de los elementos de otras sociedades. Dentro de ella el concepto de seguridad integral emerge con fuerza para intentar unificar  todos los aspectos de protección y confianza necesarios que permitan a las personas mantener la certidumbre; para que no se rompa el contrato social, nos veamos abocados a la ley del más fuerte y otros caminos evolutivos y sociales.

La seguridad integral es el desafío de esta nueva década,  puesto que  hemos moldeado nuestro entorno, ahora percibimos de modo más consciente el cambio que se avecina: el punto de inflexión dónde se integran nuestro entorno  digital y  analógico; dónde el internet de las cosas, las ciudades inteligentes y los seres humanos interaccionaran mediante conexiones  semánticas de vértigo en el pujante entorno del ciberespacio.

Esta necesidad de seguridad integral aún por definir y que el ciudadano empieza a demandar tendrá que englobar, además de los aspectos tecnológicos, ciertos  aspectos éticos y de confianza para evitar “el diablo en los detalles”, que acaban invadiendo nuestra vida y nuestro bolsillo.

Al menos en algunos aspectos, existe una carrera para abanderar y hacerse con el mercado de la seguridad integral con todo lo que promete. Está claro que habrá reconversiones de negocios, servicios y tecnologías para responder a  esta naciente demanda ciudadana de seguridad integral; pero, a mí modo de ver, sólo sobreviran aquellas empresas, que independientemente de su procedencia, sean capaces de entender la nueva realidad, en la que no bastará tener una amalgama de servicios de seguridad sino una aleación. El reto de esta aleación será  fusionar la mentalidad, la perspectiva y los procesos calentando la cantidad adecuada de ingrediente analógico y digital para lograr un balance entre seguridad y productividad, eliminando la excedente escoria del miedo. Sin duda, la clave integradora será el aglutinante utilizado: el factor humano que ya no podrá ser considerado únicamente como un elemento pasivo cumplidor, sino que, será un elemento activo considerado a la vez como servidor y servicio, alrededor del cual  se solidifica la confianza. No debemos olvidar que el objetivo de la seguridad, en cierto modo, es la supervivencia; y, para sobrevivir, necesitamos de confianza en todos los aspectos de nuestra vida y nuestra sociedad.